Él era quien se perdía conmigo y me rescataba de laberintos sin sentido. Él era quien sacaba su espada y me defendía de víboras, pirañas y putas. Él se encargaba de coser disfraces a mis días malos y los vestía de buenos. Él no se enfadaba si no me entendía, no se enfadaba si ni si quiera yo me entendía y lo mareaba. Él no daba por hecho que siempre iba a estar ahí pero tampoco lo dudaba. Él ni me hacía sufrir ni me lo ponía fácil. No me vendía amor eterno manoseado. Él era quien no me cogía de la mano pero deseaba hacerlo. A él no le gustaba escucharme llorar y me hacía reír hasta cuando no tenía ganas. A él no se le olvidaba decirme que me quería y que estaba loco por mí los días de resaca. Él no me daría besos todos los días pero le apetecía dármelos a todas horas. Él no solo me decía cosas bonitas, sino que me las demostraba a diario. Él no era el típico que promete el cielo. Él me bajaba una estrella. Él era el único capaz de hacerme sentir la persona más especial del mundo, lo es y lo será.